Hace ya mucho tiempo que me dieron el título de licenciada en periodismo, tardé algunos años más en conseguir deshacerme del príncipe azul del cuento consiguiendo dejar por siempre atrás la idea idílica de adolescencia de considerarme periodista con “mayúsculas”. Aquel era un ideal profesional que menos lo prometido me había traído otras muchas cosas, precariedad, dolor de cabeza, frustración constante, cabreos continuos y una sensación de vacío que no me provocaba absolutamente nada bueno. Cada vez estaba más hinchada de ideas nuevas, de pensamiento crítico, de alternativas, de propuestas radicales de cambio y por supuesto de un proyecto personal y profesional que entendía la comunicación como algo inmenso, colectivo, poderoso, lleno de oportunidades y formas múltiples que no era capaz de encajar, de ninguna de las maneras, en el supermercado de discursos enlatados.
Vivimos en una sociedad donde, entre otras muchas cosas, las palabras se fabrican, se consumen y se desgastan hasta perder el valor que un día le dimos, hasta perder su significado en virtud de encajar en un buen titular. Algunas palabras acaban convirtiéndose en las palabras del año, parece como si alguien las eligiera. Imagínense una mesa redonda llena de «hombres» (editores de periódicos, presidentes, consejeros, ministros), son la mayoría hombres, diciendo: «señores esta es la situación a la que debemos enfrentarnos y estas son las palabras que se van a utilizar, ni una más ni una menos, no importa las veces que se repitan”.
La agenda informativa normativa o mainstream que nos rodea es compleja y maligna pero depende desde donde se analice puede resultar fácil, muy fácil de comprender. Cuando abrimos un periódico o ponemos los informativos de la radio o la televisión vamos a un supermercado de discursos, titulares y opiniones que configuran realidades. La mayor parte de los discursos son prefabricados, pensados al milímetro, seleccionados y presentados en un envoltorio sugerente, aparentemente objetivo y con una carga ideológica como código de barras. Nosotrxs como seres consumistas evolucionados, pagamos y nos lo metemos en nuestras mentes, así un día tras otro. No cocinamos nada, sólo ingerimos titulares de palabras y eso provoca una terrible mala dieta informativa, muy perjudicial para el pensamiento crítico.
El periodismo se nutre de historias, de nuestras propias realidades analizadas en un contexto y puestas sobre un papel, sobre palabras o sobre imágenes. El poder de tener las herramientas necesarias para hacer que ciertas historias y no otras sean las que se visibilicen y de la forma deseada por algunos no es periodismo es manipulación y control al servicio de estructuras de poder que nos nutren de lo que al final consideramos suficiente y que nos facilitan discursos asequibles e impermeables, para construir desde la impunidad y la no autonomía de las ideas y los pueblos.
Las historias y la acción de comunicarlas no debería de tener dueños, las historias forman parte de nuestras vidas y nosotras, las personas que las conformamos desde cualquier lugar del mundo deberíamos tener el poder de trasmitirlas o al menos ser conscientes de lo poderoso del poder contarlas. Entender el periodismo y la comunicación desde un punto de vista amplio y complejo es tarea ardua porque requiere adoptar una posición importante en la construcción de los discursos, desarrollar la capacidad de poder colocarte como sujeto que informa y no sólo como objeto receptor de mensajes o recipiente contenedor de ideologías.
La unidireccionalidad de los discursos procura que sean sólo algunas las realidades visibles con un fondo y una forma concretos componiendo un mapa informativo totalmente parcial, desigual e injusto. Debemos recuperar demasiadas cosas pero una muy importante es el poder de comunicar las realidades que nos rodean, viabilizar lo invisible. Para ello no necesitamos grandes rotativas o licencias de canales de televisión porque la lógica cambia. No se trata tanto de llegar a miles y miles de personas sino se trata de contar historias que puedan hacernos entender lo que nos rodea. Se trata de que podamos comunicar la realidad de nuestras escuelas, de nuestros barrios, de que seamos capaces de visibilizar las historias que conforman la desigualdad, de cómo nosotras mismas vivimos esa desigualdad y la ejercemos con otras. Es solo así, configurando, creando y diseñando los propios discursos comunes e individuales como podremos desarrollar el pensamiento crítico y la capacidad de reacción ante discursos de poder que nos llegan directos a nuestras televisiones, que nos bombardean diariamente como si fuéramos objetos en constante capacidad de engullir mensajes elaborados.
Construir desde lo colectivo para transformar las realidades construidas por otros. Ser agentes activos con capacidad de reacción es también una oportunidad única para cambiar lo cotidiano, lo que nos duele, lo que no nos deja ver más allá y nos hace ser enemigos de lo desconocido y de lo invisibilizado. No podemos seguir impasibles delante de las pantallas, debemos coger nuestros móviles, nuestras cámaras, nuestras plumas y nuestra voz, utilizar la creatividad robada y contar las historias que pertenecen a nuestro colectivo común para así poder elaborar un contramensaje potente que nos permita enfrentarnos con más armas a lo que nos tienen preparado.
Mirar diferente y comunicar no es cosa fácil, para hacerlo es preciso saber contar y cómo es el proceso. Siempre habrá grandes periodistas que desafíen lo dado y ahora más que nunca que no nos dan casi nada es el momento de reaccionar y repensar la comunicación como una herramienta múltiple y poderosa para construir desde lo colectivo, para hacer justicia a las realidades invisibles, y para proponer alternativas a esta sociedad que consume y nos consume. Conocemos las herramientas, sabemos quiénes están detrás y cuáles son los huecos por donde colarse, insto desde aquí a incentivar la creatividad, a crear nuevas formas de esta profesión tan perdida. Muchas ya estamos en ello. Es hora de no crear para los que nos explotan y siempre tienen voz, dejar de ser cómplices pasivos y crear energías nuevas, debates alternativos y llevar allí donde hay una historia un motivo y una herramienta comunicativa a las gente para empezar a contarla. Somos precarias, no tenemos recursos y nos maltratan diariamente pero tenemos lo más importante, muchas, grandes y estremecedoras historias deseando ser contadas y lo mejor de todo es que son nuestras, de la gente que las vive.
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